Uno de aquellos viejos días

Te conocí en la entrada de aquel antro. Ahí todos hacen fila, hasta creo que es algo absurdo, al final todos entran, desde las jotitas más feas hasta los que dicen que terminaron aquí para cambiar de ambientes. Y es cierto, a veces es bueno dejar el Californias y el Black Cherry…
Te vi inmediatamente, tu resaltabas entre tanta excentricidad propia de las Quimeras, tan llenas ellas de lentejuela y glamour, tan poquito de humanos. Tu vestias un pantalón muy formal, café obscuro, de corte recto y perfectamente liso, sin arruga alguna; Tus zapatos, negros, perfectamente limpios. Tu trasero perfectamente redondo, en proporciones correctas hacia el complemento perfecto.  La camisa blanca, impecable, dejaba ver tu espalda ancha y perfectamente marcada. Tu pelo era largo, pero parecía ondular a los caprichos de tus sutiles movimientos de cabeza.
Suspiré profundamente cuando te perdiste en la puerta, parecía que había estado soñando. Había olvidado sacar el paraguas que traía, y no fue hasta que tu partida y las gotas de agua fría que caían sobre mi cara, que me di cuanta que comenzaba a llover.
Me gusta ver llover, disfruto mucho ver como las milles de gotitas van a estrellarse y morir al duro piso. Tal vez soy masoquista, disfruto el dolor. Tal vez solo contemplo las pequeñas cosas de la vida. Y fue el hecho de permitirme esos pequeños excesos de grandes gozos lo que me hizo fijar mi mirada en un pequeño charco en el piso, a la luz amarilla de la farola pude ver un pequeño objeto metálico. Me agache con presteza y lo tomé sin siquiera verlo, al tacto fue frío  y rígido. Con excitación lo presione fuertemente y desee que fuera tuyo, esa emoción me hizo abrir  frenéticamente la mano, y ahí ante mi, pude ver un anillo de plata, sencillo, sin inscripción alguna. Un sin fin de teorías me comenzaron a invadir, todas tan contradictorias que no lograba decantarme por alguna.
La mano del tipo musculoso que estaba en la puerta me saco del trance. De mala gana me pregunto si iba a entrar o no y solo logré asentir con la cabeza, caminando en automático mientras seguía viendo el anillo. Tras un par de revisiones de rutina, me dejé invadir por la música del lugar, la cual alimentaba a las teorías mas románticas y aventureras.
Juro que te busqué, no se como, ni cuanto, pero en cada rincón del mundo te busque. Y me perdí en la búsqueda, me perdí a mi mismo, pero jamás perdí la esencia, solo la forma, lo que los seres humanos llaman burdamente el cuerpo. Ese que las quimeras cuidan tanto. Lo llene de excesos, de aberraciones, también aberraciones cromáticas, de toda clase. Cerré puertas, abrí ventanas, crucé en la obscuridad de la noche, llena de lentejuelas artificiales, de todo lo efímero que la publicidad te vende como eterno.
Después me veo en una tierra de cadáveres, los que no sobrevivimos a la fiesta y al exceso, aquellos soldados olvidados por los líderes. Aquellos que conocieron el éden del placer, del amor, de la victoria nos han dejado atrás.
En un reflejo de lucidez repentino salte para incorporarme al darme cuenta que frente a mi yacía un objeto metálico, parecía ser un anillo de plata, uno sin ningún adorno. Uno que podría brillar hermoso a la luz de las farolas de las noches lluviosas.
El deseo fue más rápido que mi cuerpo, que se convirtió en al similar a un spaguetti derramándose en el  suelo. Con gran estrépito caí. Un dolor punzante invadió mi mano y me hizo gritar fuertemente. Como pude, tomé el anillo que ahora era una deliciosa fusión visual de plata y carmesí. Me incorporé y extraje un pequeño pedazo de cristal color ambar de mi mano, la sangre parecía haber encontrado por fin la libertad deseada.
Busqué en el bolsillo de mi camisa un pañuelo para detener el río de sangre. Lo único que encontré fue una tarjeta, promocionaba un lugar muy bueno para ir de after, en un gesto de furia repentino, presione la tarjeta, pero me detuve, la giré y atrás estaba escrito un número de teléfono, la caligrafía era perfecta, impecable, fue escrito con cuidado, con deseo de dar.
Abajo del número de teléfono había escrito un nombre, el cual leí en voz fuerte, claro, a manera de conjuro. El nombre decía ALBERTO. Y un instante después, de la misma manera  que el anillo de plata, también era de color carmesí….

Acerca de Yuumei

León de trapo que sueña con ser real y tener un corazón. Me gusta el frío, los días lluviosos, el olor a tierra mojada, soñar cuando volteo hacía arriba. Geek sin titulo, homosexual de minorías, pinto con fotografías y a veces supiro en tuits…

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